Hemos llegado a diciembre. Nos parecía tan lejos, por momentos inalcanzable. Días tristes, de profunda nostalgia, de temores e incertidumbre han llenado el 2020. Muchos desean que pase pronto, que pase ya, pero aunque duela, lo que no puede ocurrir es que hayamos transitado todos estos meses sin haber permitido que tantas experiencias de dolor y tribulación no nos hayan convertido en mejores personas. Hemos entrado a un tiempo litúrgico que ayuda para hacer un buen examen y éste no puede hacerse sin detenerse, repasar y saber distinguir los grandes hitos que han marcado mi vida en la pandemia. Cuidado nuestra actitud es pasar la página con la mayor celeridad posible y no determinar aquello que caló en mi, en nosotros, en la familia, en la sociedad y nos debiera hacer una mejor humanidad. Nuestra esperanza se cifra en que podamos ser reflexivos y profundos para ver los frutos que surgen de tanto sufrimiento, que además no ha terminado.
En esta primera semana de Adviento sería muy importante recordar algunas de las palabras que el Papa Francisco nos ofreció aquella lluviosa tarde romana del 27 de marzo de este año:
Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.
Es tiempo de volver nuestros ojos al pesebre de Belén y a la vida completa de Jesús. Para ello el Santo Padre ha regalado a todos los hombres y mujeres de buena voluntad la encíclica “Fratelli tutti”. Todos estamos llamados a remar juntos, necesitados de confortarnos mutuamente. Un grito de humanidad clamaba y clama hoy, apelando a esa bendita pertenencia común en la que insiste el Papa: todos somos hermanos y hermanas en la hermosa vocación de vivir, de amarnos y de cuidarnos los unos a los otros. Hacer caso omiso a ello, es traicionar nuestra primerísima identidad. En el fundamento está Jesús, su vida, su evangelio. Es desde ahí que nos comprendemos. Desde un amor que debiera cuidar y preservar al otro por encima de todas las cosas. Ese es el ethos con el que estamos marcados los cristianos y cristianas, nuestro comportamiento, nuestro modo de ser y estar en el mundo. Lastimosamente, en ocasiones, más de las que quisiéramos, no actuamos, ni respondemos de esta manera.
Con su acostumbrada y honda sabiduría, Francisco la plantea como una encíclica social y de esa manera se decanta: sobre la fraternidad universal y la amistad social. Todos podemos estar de acuerdo en compartir un trato fraterno. Nadie se opondrá a ello. El problema empieza cuando el llamado es a que esa fraternidad sea universal. Cuando se me invita a ser amigo y amiga de todos. A lo largo del documento, se siente el esfuerzo para señalar puentes con otras creencias, enfatizar lo que une, antes que lo que nos diferencia. Es una gran convocatoria al amor fraterno, al respeto, a la paz. La dificultadsurge, cuando hay que traspasar la línea de las diferencias, cuando me toca amar al distinto. Amar… al que “es como uno”, resulta fácil, pero arrojarse al desprendimiento total por aquel que está caído, que ha sido puesto por el sistema en los márgenes de la sociedad, que es de otra cultura, credo, que promueve la diversidad sexual, tiene otra afiliación política o pertenece a un supuesto status socio-económico distinto, entonces… entonces se complica el trato diario, y la fraternidad puede quedar a la vera del camino. Y en esto el Papa es contundente, pues para ello ofrece la imagen de la parábola del Hijo Pródigo, que no da resquicio a lo que pudiera ser nuestra exquisita y excluyente opinión. Hermanos y hermanas somos todos, sin vanas distinciones y como tal debemos relacionarnos. Veamos dos textos estructurales que ofrece el Papa para entenderlo mejor:
128. La afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, si no es sólo una abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones.
218. Esto implica el hábito de reconocer al otro el derecho de ser él mismo y de ser diferente. A partir de ese reconocimiento hecho cultura se vuelve posible la gestación de un pacto social. Sin ese reconocimiento surgen maneras sutiles de buscar que el otro pierda todo significado, que se vuelva irrelevante, que no se le reconozca algún valor en la sociedad. Detrás del rechazo de determinadas formas visibles de violencia, suele esconderse otra violencia más solapada: la de quienes desprecian al diferente, sobre todo cuando sus reclamos perjudican de algún modo los propios intereses.
Los propios intereses… cuando éstos ponen al otro inmisericordemente al borde de las reacciones de intolerancia, he aquí un punto de inflexión que no puede pasar desapercibido. Cuando la situación de extrema vulnerabilidad de tantos, no provoca en mi un deseo de hacerme como él, para entender sus circunstancias, es que algo no está funcionando como corresponde en mi fe, en mi actuar, en mi apropiación del evangelio… Es una encíclica para orar y realizar un profundo examen personal, familiar, comunitario, y de las instituciones a las que pertenecemos. Como nos invita San Ignacio de Loyola en sus ejercicios espirituales, inspirado enla vida de Jesús: “el amor se ha de poner más en las obras, que en las palabras.”
La nuestra es una espiritualidad encarnada, que está completamente arraigada en el devenir del otro. Hacer caso omiso a ello, es traicionar nuestra vocación ignaciana. A la raíz de la respuesta para actuar acorde a salvaguardar la dignidad humana, está “el amor que se hace prójimo del otro.” Es el amor compasivo que se hace uno para desde la realidad del otro, comprender sus circunstancias. Si no nos ponemos en la experiencia vital de quien menos oportunidades le ha dado la historia, difícilmente podremos cambiar lo que continúa minando una vida sin equidad.
Que nuestra lucha sea erradicar por completo ese individualismo radical que mira como descartables a otros. Que la indiferencia jamás nos gane. Si esto hemos aprendido durante la pandemia y se encarna en nuestra forma de ser y proceder, ya habremos hecho extraordinarios logros. Nos jugamos la coherencia de “hacernos prójimo del otro”. Es de esta forma que cada uno de nosotros, con nuestra vida “nos hacemos esperanza”. ¡Queremos luchar y apostar por la esperanza!. Es esto lo que queremos gritar al mundo. Está en nuestras manos hacerlo. Termino con otro texto de “Fratelli tutti” que no tiene pierde, que no da espacio a nuestras sinuosas excusas:
277. Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge «para el pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia el primado que se da a la relación, al encuentrocon el misterio sagrado del otro, a la comunión universal con la humanidad entera como vocación de todos».
¡Esta será una Navidad diferente, al menos debiera serlo! A lo mejor este año no vamos a estar tan cerca físicamente de todos aquellos a quienes amamos, pero hemos descubierto que la comunión espiritual tiene una fuerza extraordinaria. Examinemos nuestras vidas, para que el 2021 tenga otros derroteros desde nuestro incondicional compromiso a construir un mundo donde verdaderamente experimentemos la paz que viene de la reconciliación y la justicia. ¡Abrazo fraterno y que tengan un bendecido mes!
Gustavo Calderón Schmidt, S.J.
Provincial